TIEMPOS DE PESTE: LA MUTUA CLERICAL VALDIVIELSANA Y EL MÉDICO DE OÑA



Acababa de comenzar el año de 1665, el de la Gran Peste que asoló Londres y muchas poblaciones inglesas. No era más que una de las tantas plagas que, cual jinetes del Apocalipsis, recorrían toda Europa periódicamente desde los siglos de los siglos. Se dijo que esta plaga de peste bubónica había llegado a Londres durante el año 1664 desde los puertos de los Países Bajos. Las pulgas que la transmitían viajaban en los barcos y, antes de que se decretasen las cuarentenas, aquellos insectos saltarines ya habían desembarcado en los puertos europeos del Atlántico, incluidos los del mar Cantábrico. Tampoco el pequeño valle llamado Valdivielso era un refugio aislado donde la gente pudiera sentirse totalmente a salvo de la peste bubónica o, si se daba el caso, de la peste neumónica, la viruela, el tifus o la difteria. Se daba la circunstancia de que, para bien y para mal, la Ruta de la Lana, o Ruta del Pescado, atravesaba el hermoso valle, con lo que este era paso obligado, cuando no lugar de parada y fonda, para los arrieros y comerciantes que transportaban, no solo el pescado, sino también ricas mercancías de importación desde los puertos de Laredo y Bilbao, y otros, hasta la Villa y Corte de Madrid.

En este contexto Valdivielso era un enclave muy importante. Ya lo había dicho el rey Felipe IV en 1636, apenas treinta años antes, en el texto de un furibundo apremio dirigido al Alcalde Mayor de las Siete Merindades, y al Concejo y vecinos de La Puente (Puentearenas) en la Merindad de Valdivielso, para que estos repararan urgentemente los descalabros que las riadas habían producido, dejando inviables las calzadas y llevándose por delante el puente: «Sepades (...) que en el dicho lugar avía una puente que llamavan la puente de Valdiviesso que estava echa y fundada sobre el Río ebro quera de los más caudalossos de españa. Y ansí mismo era tan pasaxero que todo quanto pescado fresco y salado y mercaduríasque venían de la Villa de Vilvao, Laredo, Castro Urdiales y los demás puertos circunvecinos pasavan por allí para ttraerlo a esta nuestra Corte....». El resto de lo que dice Felipe IV en su largo y apremiante requerimiento podría resumirse como: «Esa puente me la arregláis ya mismo, o sus vais a enterar». Os adelanto que, como podréis imaginar, aunque la broma costaba un pastón, se hicieron todas las reparaciones necesarias, ¡vaya que sí!, pero sobre las furias y mercaderías del Rey, y sobre los costosos reparos de puente y calzadas, os prometo que hablaremos en otra ocasión. Este inciso me parece necesario para dar una idea de la importancia de Valdivielso en la red de vías de transporte de la época, pero lo que aquí nos interesa ahora es la salud de los valdivielsanos. Y es que no solo las mercancías y la gente viajera, sino también las plagas (lo que ahora conocemos como epidemias provocadas por virus y bacterias) llegaban a los concurridos puertos del Cantábrico y, desde allí, aprovechando las rutas comerciales, se repartían hacia el interior del territorio, pudiendo darse el caso de que dichas plagas se establecieran muy gustosas en el precioso e idílico Valdivielso. Y así sucedía de vez en cuando,* sin lugar a dudas, y esto preocuparía mucho.

En efecto, a finales de 1664, al tener noticia de aquella Gran Peste inglesa o de Flandes o de dónde fuese, la posibilidad inminente de una nueva plaga alarmó sobremanera a un montón de clérigos de Valdivielso, y esta inquietud se pone de manifiesto en el el hecho de que decidieron contratar conjuntamente una póliza de salud con un buen médico. A 12 de enero o febrero [no está del todo legible] de 1665, en Arroyo y ante el escribano Pedro Saravia Villasante, se personaron ambas partes del contrato. Por una de las partes, acudió el licenciado Gregorio Díaz, cura y beneficiado en el lugar de Población, el cual actuaba por sí mismo y en nombre de los siguientes licenciados: Alonso de Casares, vicario del Arciprestazgo de Valdivielso, residente en Quecedo; Martín Alonso de Huidobro, cura y capellán en la parroquia de Arroyo; Agustín Gómez de Huidobro, beneficiado en San Pedro de Condado; Pedro Ruiz, beneficiado en Santa María de Condado; Tomás de Arce, otro cura y capellán de Arroyo; Cristóbal Saenz, cura y beneficiado en Panizares; Joseph Fernández de Mata, cura y beneficiado en Hoz; Gregorio Gómez Zorrilla, cura y beneficiado en Quecedo; y Marcos Martínez, cura y beneficiado en Tartalés de los Montes. Además, el cura don Gregorio Díaz también actuaba en nombre de don Pedro Vélez de Valdivielso, caballero de la Orden de Alcántara y vecino de Quecedo; de Miguel Ruiz de Huidobro, vecino de Población; y del propio escribano, don Pedro Saravia Villasante, vecino de Arroyo, que había considerado interesante sumarse al acuerdo.

La otra parte del contrato era el Doctor Don Joseph de Oypa, un médico residente en Oña, y que por su apellido sería de origen alavés o navarro.** En cuanto a las condiciones de dicho contrato, he aquí lo que acordaron: «...las dos partes dixeron que, por quanto tienen tratado y concertado, de que el dicho doctor Don Joseph de Oypa, como tal médico, aya de visitar y visite a todos los arriba dichos y declarados y a la gente que en su cassa bibiese, y [les] asistiese de continua asistencia por todo el año.»*** Se especifica que la cuota fija anual sería media fanega de trigo por cada una de las personas citadas, por lo que, siendo estas en total 13 personas, se estipula que el doctor recibiría anualmente 6 fanegas y media de trigo, el cual habría de ser «de buen pan, seco y limpio de paja». Aunque es una medida de capacidad, para hecernos una idea la fanega de trigo podría estimarse en más o menos 43,25 kilogramos, por lo que cada asegurado aportaría casi 22 kilos de trigo, y el doctor recibiría anualmente un total de algo más de 280 kilogramos de trigo. Esto sería suficiente solo para poder acudir a consultarle a Oña, porque, si se trataba de una visita del doctor en el domicilio del enfermo en Valdivielso, había un pago añadido: «quando ansí benga a los bisitar a los tales enfermos, se le darán quatro reales por cada visita, y también se le aya de dar de comer a su persona y a su cabalgadura, y que de las rezetas que hiziere en la dicha villa de oña no se le a de dar maravedís ningunos, y que si muriere alguna persona de las personas arriba dichas, por aquel año [el doctor] a de acudir a la visita de la gente de su cassa». No estaba mal pagado: en aquel tiempo cuatro reales daban para comprar al menos 10 litros de buen vino (he visto por ahí que la cántara de vino de buena calidad podía pagarse más o menos a seis reales). Se detallaba asimismo que el año empezaría a correr desde el primer día de marzo y finalizaría el último día del mes de febrero del año siguiente. Firmaban el licenciado Gregorio Díaz, el doctor don Joseph de Oypa y el escribano Pedro Sarabia Villasante. Y así se constituyó lo que yo llamaría la Mutua Clerical Valdivielsana.

Me llama la atención que este asunto se cociera solo entre gente del Partido de Valle Abajo. Pero también me hace suponer que alguna solución parecida habrían buscado los de Valle Arriba, sobre todo en Puentearenas y El Almiñé, porque, dado que la Ruta del Pescado tenía allí mismo puente y calzadas, dichos lugares serían los primeros receptores de cualquier posible contagio. Cierto es que algunas caballerías podrían desviarse por los pontones de Población, sobre todo cuando el puente estuviera en mal estado. En definitiva, está claro que todo el Valle necesitaría proteger su salud, porque todos estaban expuestos, tanto arrieros y acemileros, como los clérigos beneficiados, que solían disfrutar de buena mesa y de ingresos suficientes para comprar rico pescado, además de algún que otro paño de Flandes para sus manteos. Y es que, aunque la Ruta del Pescado fuera parte del esplendor de Valdivielso, la verdad es que no hay negocio sin riesgos. Tal vez los de Valle Arriba tuvieran más recursos para contratar a un médico que residiera allí mismo y que atendiera en exclusiva a sus pueblos. Pero este es un dato que no hemos encontrado aún. Lo que sí queda claro es que este tipo de seguro de enfermedad era muy privado, y que, en aquellos tiempos, los que no pudieran pagar cuatro reales (136 maravedís) por visita, y tampoco tuvieran trigo de sobra, tendrían que conformarse con hacer rogativas a San Roque, patrón de la peste, un santo que había sido canonizado en 1584 y que estaba muy de moda, por lo que tuvo presencia con su ermita en casi todos los pueblos del Valle.***

Todos rogarían, ricos y pobres, sobre todo cuando empezaran a aparecer cruces pintadas en las puertas. Y de poco le serviría al rico tener buen médico, cuando su vecino pobre ya tuviera la enfermedad. Pero en aquellos tiempos no se sabía nada sobre contagios por virus y bacilos, y sí se hablaba mucho de castigos divinos. Y de que los culpables de atraer las plagas eran los forasteros, y los judíos, y los herejes. Expulsar, apedrear e incluso quemar en la hoguera fueron modos tradicionales de intentar alejar la enfermedad. Sin embargo, está claro que aquellos clérigos no confiaban demasiado en que sus virtudes y la gracia divina les protegerían a ellos de la enfermedad. Por eso contrataron al médico de Oña, al doctor Joseph de Oypa, por si acaso.

 

 Mertxe García Garmilla

 

 

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*Sobre una posible epidemia en Valdivielso hacia 1600 ya nos contó Juan Francisco Garcia sus interesantes hallazgos en partidas eclesiásticas. Véase en

https://www.facebook.com/groups/124228874264567/permalink/821537151200399/

También Juanra Seco hizo acertadas conjeturas sobre la peste de 1348 y su posible relación con la mención de despoblados valdivielsanos en el Libro Becerro de la Behetrías.

https://www.facebook.com/groups/124228874264567/permalink/1697624250258347/

** Archivo Histórico Provincial de Burgos. Protocolo nº  3.071 de Pedro Saravia Villasante, folios 34-35.

*** El apellido “de Oypa” es una castellanización del apellido vasco “Doypa”. Doypa fue un lugar del concejo de Ullíbarri-Arrazua, que en 1332 ya estaba agregado a la ciudad de Vitoria y que figura en el Diccionario histórico-geográfico de la Real Academia de la Historia de 1802 como despoblado, y lo estaba posiblemente desde el siglo XVII. Hasta 1612 aparece el apellido Doypa en numerosas partidas de bautismos celebrados en Vitoria y correspondientes a una familia de la oligarquía vitoriana, pero lo curioso es que no hay en Álava partidas eclesiásticas posteriores a ese año con alguna de las posibles variaciones del apellido. Sin embargo, en la forma “Oypa” lo vemos durante el siglo XVII en las localidades navarras de Tudela y Cascante.  Como dato curioso, hubo una Teresa de Oypa en Valladolid, perteneciente al grupo de protestantes luteranos que vivieron en el siglo XVI en dicha ciudad, y que fue quemada en la hoguera en el auto de fe del 11 de noviembre de 1571. En cuanto a nuestro Joseph de Oypa, podría coincidir con un José de Oipa que vivió durante la segunda mitad del siglo XVII, casado con Catalina Vallejo, y padre de Ana María Zoypa (sic), la cual casó en Poza en 1698 y fue madre en Oña en 1701, todo esto según aparece en los extractos de los “Pleitos de Hidalguía que se conservan en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid” de Vicente de Cadenas y Vicent.

**** Sobre estas ermitas tenemos datos en “Las Siete Merindades de Castilla Vieja”, Tomo II, de M Carmen Arribas Magro , y más concretamente en el  interesante artículo de esta autora “La muerte y la peste en las Merindades”, publicado en Crónica de las Merindades. Nº 163. Página 34. https://cronicadelasmerindades.com/wp-content/uploads/2019/06/Numero163.pdf